lunes, 11 de octubre de 2010
miércoles, 6 de octubre de 2010
Apología del silencio
20/08/10
El lenguaje a mí me grita. Cada palabra o ente significante que emerge de mi boca se molesta en recordarme hasta el mismo hastío que no debió haber salido nunca. Ellas, las palabras, se piensan tal como son: ajenas e incomprensibles a todo ser humano; están bien concientes de su no-misión en la vida. Yo comprendo, de verdad lo tengo asimilado desde que empecé relativamente a hacer uso de la razón, y aún así se empeñan en dejarlo en evidencia de la forma más cruda y sádica concebible cada vez que las emito. ¿Pues cuál es el sentido de esa tortura innecesaria, si nunca podré evitarla? ¡¿Acaso no lo entienden, justamente ellas, poseedoras del significado?! Estamos condenados cada uno de nosotros a ser víctima y testigo de la forma más cruel de impotencia: vomitar noúmenos malignos cotidianamente, ser reprochados y fastidiados incansablemente por éstos mismos y, como si fuera poco, ser concientes de ello y de la imposibilidad natural de hacer algo para cambiarlo. Mientras ellos, con reiteración enfermiza, se resignan por la mera lejanía que aguardan con lo que siempre han pretendido ser; se compadecen de su futuro cierta e igualmente desalentador. Ellos, reproduciéndose al infinito y condenándonos a necesitarlos. Una y otra vez. Hasta que esta sociedad articulada sobre una mediocrísima pseudo-nada muera literalmente de desasosiego.
El lenguaje a mí me grita. Cada palabra o ente significante que emerge de mi boca se molesta en recordarme hasta el mismo hastío que no debió haber salido nunca. Ellas, las palabras, se piensan tal como son: ajenas e incomprensibles a todo ser humano; están bien concientes de su no-misión en la vida. Yo comprendo, de verdad lo tengo asimilado desde que empecé relativamente a hacer uso de la razón, y aún así se empeñan en dejarlo en evidencia de la forma más cruda y sádica concebible cada vez que las emito. ¿Pues cuál es el sentido de esa tortura innecesaria, si nunca podré evitarla? ¡¿Acaso no lo entienden, justamente ellas, poseedoras del significado?! Estamos condenados cada uno de nosotros a ser víctima y testigo de la forma más cruel de impotencia: vomitar noúmenos malignos cotidianamente, ser reprochados y fastidiados incansablemente por éstos mismos y, como si fuera poco, ser concientes de ello y de la imposibilidad natural de hacer algo para cambiarlo. Mientras ellos, con reiteración enfermiza, se resignan por la mera lejanía que aguardan con lo que siempre han pretendido ser; se compadecen de su futuro cierta e igualmente desalentador. Ellos, reproduciéndose al infinito y condenándonos a necesitarlos. Una y otra vez. Hasta que esta sociedad articulada sobre una mediocrísima pseudo-nada muera literalmente de desasosiego.
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