A veces me encuentro con ganas de gritarle al mundo -o en su defecto, expresar en este humilde espacio- cosas como:
El color rojo siempre me incomodó. Lo sé porque desde que tengo memoria lo evito sistemáticamente a la hora de vestirme, de pintarme las uñas. No es que vea detrás alguna parafernalia de esas simbólicas, connotativas, del tipo 'el rojo representa agresividad pasional' -es decir sexo-. Es tan sencillo como que significaba jugársela demasiado.
Será que perdí un poco la cuenta que estaba llevando sobre mis comportamientos socio-culturales, o que sin notarlo dejé atrás cierto interés por el Conocerse-a-uno-mismo... Lo cierto es que ahora mis únicas alternativas de esmalte parecieran ser Revlon Red y Red Hot Tamale, y que si es el segundo -cuyo nombre lo refleja assez bien-, mejor. Y, vale decir, vale un replanteo del significado que adjudiqué en primera instancia a esa ¿inocente? incomodidad.
Es entonces cuando, la mayoría de las veces -gracias a Dios por lo que considero un atisbo de lucidez-, no demoro en pedirle a la tierra, de manera contenida y desesperada a la vez, que me trague. Solemnemente y sin piedad.
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