viernes, 25 de abril de 2014

Búsqueda invertida

Ver películas en la computadora, o en un televisor con pantalla de dimensiones equivalentes, le da urticaria. Es decir, no le gusta; no lo soporta demasiado: últimamente, nada; se da cuenta: esto la aparta irrevocablemente de la «historia», y de su comprensión: divaga: de este modo no ve realmente las películas. Estola frustra. El paso a seguir, concluye, es ver esas que tanto le interesan, en el cine. Estar alerta, encontrar la película, ir a verla. Pero no es tan fácil; los momentos donde uno está «activado» para enfrentarse a la Película son justos y pocos. Al menos los de ella. Si está en cartelera en un período equivocado de su vida, de la realidad en la que está inmersa, es probable que los potenciales efectos maravillosos de la película no la atraviesen nunca en todo el tiempo que en cartel dure; por ende, nunca. "Tiene que darse la sincronización, y no se da" piensa, y delega -ella sabe que delega en general más de lo que debería-. Esto le sucede unas cuantas veces, cada vez más espaciadas en el tiempo: protesta un poco y se rinde. Su duelo es breve. Su proceso de resignación, aún más efímero. Pronto se olvida. Se le presentan oportunidades -de grandes, grandes epifanías con films aleatorios-, las ignora ya casi sin saberlo; se le presentan verdaderas oportunidades, pronto las rechaza con indiferencia. Se le presenta y le grita con vehemencia una película cuyas condiciones y ontología misma son perfectas: ya no la ve: se rehúsa a hacerlo. Acto seguido: se olvida de todo lo anterior. A continuación: se olvida de su gusto original por las películas. Un día, se deprime, y no entiende por qué. Finalmente no sabe qué es el cine.

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